La voz de las imágenes: el poder del audiovisual en la educación

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Vivimos en un mundo donde la tecnología forma parte de nuestra vida diaria, y esto a muchos padres nos genera preocupación: ¿las pantallas digitales son apropiadas para nuestros hijos? Nadie puede contestar con certeza esta pregunta.

Pueden ser las peores y más abominables enemigas o las mejores y más eficaces aliadas. La respuesta no depende de las pantallas en sí, todo depende de lo que ocurre dentro de ellas y del uso que les demos. 

En el caso de los niños, la responsabilidad recae en nosotros: padres y profesores. Cuando el contenido que consumen es educativo, emocionante y adecuado para su edad, las pantallas dejan de ser una amenaza y se transforman en una herramienta poderosa para su desarrollo. La mejor forma de educar es entreteniendo. Y dentro de todo ese universo, el contenido audiovisual ocupa un lugar esencial.

Los vídeos abren ventanas a mundos fascinantes. Gracias a ellos, un niño puede sumergirse en la selva amazónica, conocer a los faraones del antiguo Egipto, comprender cómo late el corazón o cómo funciona el cerebro humano. Aprenden de la forma más natural, como cuando viajan y descubren algo nuevo que les sorprende y les asombra.

Los vídeos abren ventanas a mundos fascinantes. Gracias a ellos, un niño puede sumergirse en la selva amazónica, conocer a los faraones del antiguo Egipto, comprender cómo late el corazón o cómo funciona el cerebro humano. Aprenden de la forma más natural, como cuando viajan y descubren algo nuevo que les sorprende y les asombra.

La curiosidad abre las puertas al conocimiento

La curiosidad siempre debería ser el primer paso hacia el conocimiento. Es lo que nos asombra, lo que capta nuestra atención, lo que nos hace querer saber más. Es ese “¿por qué?” que los niños no paran de preguntar. La curiosidad abre puertas al aprendizaje, al conocimiento, a la reflexión.

Y un vídeo realizado con intención, pensado para los niños, no solo enseña: también invita a pensar y a hacerse preguntas. ¿Por qué vuelan los pájaros? ¿Cómo nace una estrella? ¿Qué ocurre dentro de una gota de agua?

La imagen despierta la curiosidad, y la curiosidad (y también la duda) nos enseña el camino hacia el conocimiento. Así, los niños no solo aprenden respuestas: aprenden a aprender, con la alegría de quien se asoma al mundo por primera vez.

Aprender en familia: un trabajo en equipo

El contenido audiovisual tiene una virtud única: no solo enseña a los niños, también une a las familias.

Ver un vídeo o una peli juntos puede ser el inicio de una conversación profunda, de un pequeño debate en el que cada miembro aporta su visión. ¿Qué sentimos al ver a un oso polar atrapado por el deshielo? ¿Qué podemos hacer para cuidar nuestro planeta?

Tras el visionado se abren multitud de posibilidades. Podemos invitar a los niños a contar lo aprendido, a preparar una breve presentación oral, como si fueran auténticos expertos que comparten su conocimiento con los demás.

También podemos fomentar su creatividad proponiéndoles escribir un cuento, una historia… De esta manera, no solo asimilan los contenidos vistos, sino que desarrollan su oratoria, su creatividad, su confianza en sí mismos y su capacidad de expresarse.

La emoción como motor del aprendizaje

Lo que emociona, se recuerda. Un libro puede describir el mar y hacernos sentir,  pero ver un delfín nadando y escuchar el sonido de las olas toca el corazón de otra manera. Son testigos directos. La emoción es el motor del aprendizaje: lo que se siente, se recuerda; lo que emociona, transforma.

Y es precisamente en esa emoción donde los valores encuentran su lugar. La risa, la ternura, la empatía, la solidaridad o incluso la tristeza ante una injusticia son emociones que educan de forma invisible pero poderosa.

Cuando un niño conecta con un personaje o una historia, no solo aprende un dato: también aprende a ser mejor persona.

Una educación completa: pantallas, libros y… acción

El audiovisual no sustituye a los libros ni a la vida real, sino que complementa la educación.

Con los vídeos se aprende de la manera más natural posible, como cuando viajamos y aprendemos sin darnos cuenta; con la lectura profundizamos en el conocimiento y asentamos los conceptos clave; y fuera de las pantallas, en los juegos, en la vida real, es donde experimentamos, creamos y aportamos a la sociedad.

Un niño que ve un vídeo sobre la contaminación puede comprometerse con el objetivo de ayudar al planeta; después, la lectura de libros o revistas le ofrecerá información más detallada y, finalmente, la práctica diaria de separar residuos en casa le enseñará que su acción tiene un impacto real. Esa es la verdadera educación: la que pasa de la pantalla al cerebro, del cerebro al corazón y del corazón a la vida.

Como padres y educadores, tenemos la responsabilidad y el deber de guiar a nuestros hijos en el mundo que les ha tocado vivir. Hoy más que nunca, el mundo digital y sus contenidos no son solo una amenaza: también representan una gran oportunidad. Son herramientas que, usadas con criterio, permiten que los niños aprendan con entusiasmo, compartan su aprendizaje en familia y desarrollen competencias tan valiosas como el espíritu crítico, la oratoria, la creatividad, la lectura o la acción responsable.

La infancia es un viaje lleno de descubrimientos. Y nosotros, padres y profesores, podemos hacer que ese viaje sea maravilloso. Podemos despertar su interés, su curiosidad y enseñarles a mirar un mundo lleno de color, de aventuras y de misterios. Cuando un niño se emociona aprendiendo, ese conocimiento se convierte en parte de su vida. Y no podemos ofrecerles nada más valioso que eso.

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